Nos vamos a ver hoy, Palabras de Costa.
Me vas a hablar, lo sé, de las piedras de un perfecto redondo, de las claves de ese mundo sin tacha que es el mar. Voy a coger tus palabras entre hojas de encina, suaves y flexibles, las voy a dejar frente a mí en la colina y te voy a contar algo:
Sólo sé de laderas raspadas bajo el cielo claro con líneas de Sol, el paisaje con la clemente letanía del viento de otoño interrogando al último verano. El viento atiende a la rocalla inmóvil; verdades más firmes, sabe, nadie le dará nunca.
En este mundo de altura, al tiempo que caminas fijas los líquenes que te otorgan imágenes para tus senderos. Se forman caras, personas, poblaciones. Los paseos de montaña te habitan por dentro.
Las olas, me cuentas, viajan contigo, se mueven, te tocan. Yo sé que el campo abierto sin mar no te soflama humedad, pero saben darte alegría las hojas cayendo a caricias. También hay algo parecido al mar: espuma de hojas verdes sobre tiras de madera cuando los árboles verdean. Móviles como un barco, suenan sus hojas siendo frescor, vela y motor.
Las láminas de roca con sus vetas hablan más que el horizonte perdido del océano.
«Nacerás – dicen al musgo- a principios de las flores si te quedas a mi lado». «Labrarás -dicen al hombre- cuando te hayan despojado».
No hay gigantes ocultos bajo las hojas, como hay bajo las olas, que te inspiren el color de la grandeza, lo sé, pero aún hay vida. Se traba entre briznas, se entrelaza en tu pelo si te tumbas sobre ellas.
Pero Palabras de Costa, me gusta que seamos mar y monte, lo confieso; que te partas como olas sobre mí y yo sobre ti con mis manos en tu pelo caiga, como hojas con el viento.
19/9/13
En Montejo, con Inés R. y Moisés M.